La Navidad, celebrada el 25 de diciembre, es una festividad central del cristianismo cuyo propósito principal es conmemorar el nacimiento de Jesucristo, para los creyentes el Hijo de Dios y el Salvador de la humanidad. Aunque hoy es una celebración global con múltiples expresiones culturales, su raíz se encuentra en los primeros siglos de la Iglesia y en una profunda tradición teológica que ha dado forma a su significado espiritual.

 Los Evangelios de Mateo y Lucas narran el nacimiento de Jesús, pero no mencionan una fecha específica. Durante los primeros siglos del cristianismo, la conmemoración del nacimiento no era una práctica común; la atención se centraba principalmente en la Pascua. No fue sino hasta el siglo IV cuando la Iglesia fijó el 25 de diciembre como día oficial de la celebración.

 La elección de esta fecha ha generado diversas interpretaciones históricas. Una de las teorías más aceptadas señala que se escogió para cristianizar festividades paganas del solsticio de invierno, como la celebración romana del Sol Invictus, asociada al renacer de la luz. Desde esta perspectiva, la Navidad simboliza la llegada de Cristo como “luz del mundo”, una lectura profundamente coherente con la teología cristiana.

  Con la celebración de la Natividad, en las vísperas del 25 de diciembre, se inicia en la Iglesia católica el llamado tiempo de Navidad, que abarca la celebración de la Sagrada Familia, la solemnidad de Santa María Madre de Dios el 1 de enero, es decir, la octava de la Natividad, la solemnidad de la Epifanía del Señor el 6 de enero y la fiesta del Bautismo del Señor el domingo después de Epifanía, con la que concluye el período que también incluye otras festividades tales como la de san Esteban, protomártir, el 26 de diciembre, la de san Juan, apóstol y evangelista, el 27 de diciembre y la de los Santos Inocentes el 28 de diciembre.

 La Navidad representa el misterio de la Encarnación: Dios hecho hombre en la figura de Jesucristo. Este acontecimiento expresa la cercanía divina con la humanidad y revela un mensaje central de amor, paz y redención. El pesebre, la humildad de su nacimiento y la visita de los pastores simbolizan la preferencia divina por los sencillos y la apertura universal de la salvación.

 El episodio de la adoración de los Magos, relatado en el Evangelio de Mateo, subraya la dimensión universal del acontecimiento: Cristo no es solo para un pueblo particular, sino para toda la humanidad. Por eso, esta festividad es interpretada como un anuncio de esperanza y reconciliación para todos los pueblos.

  Con el paso de los siglos, la celebracion se fue enriqueciendo con diversas prácticas religiosas y culturales como, por ejemplo, la liturgia navideña, que celebra el nacimiento de Cristo mediante misas especiales como la Misa del Gallo, el montaje del pesebre, tradición impulsada por san Francisco de Asís en el siglo XIII para acercar visualmente el misterio del nacimiento a los fieles, los villancicos, originalmente cantos religiosos que narraban escenas bíblicas, las procesiones y representaciones, que hacen memoria de la Sagrada Familia y del camino hacia Belén, etc.

 Estas prácticas no solo fortalecieron la devoción popular, sino que hicieron de la Navidad un momento de contemplación y alegría espiritual.

 Más allá de las costumbres incorporadas a lo largo de la historia, la esencia de la fiesta permanece en su mensaje teológico: Dios entra en la historia humana para ofrecer salvación. Es un tiempo para meditar sobre la fe, abrir el corazón a la misericordia y renovar la esperanza.

 La Navidad, entonces, es tanto una memoria histórica como una celebración viva. Conecta a los creyentes con los orígenes del cristianismo, les recuerda el valor de la humildad y el amor y les invita a renovar su compromiso espiritual en un mundo que sigue necesitando luz y paz.