La Inmaculada Concepción

 

 

 La Inmaculada Concepción, conocida también como la Purísima Concepción, es un dogma de la Iglesia católica decretado en 1854 que sostiene que la Virgen María estuvo libre del pecado original desde el primer momento de su concepción por los méritos de su hijo Jesucristo, recogiendo de esta manera el sentir de dos mil años de tradición cristiana al respecto. Esta concepción no fue virginal ya que ella tuvo un padre y una madre humanos, pero fue especial y única de otra manera.

 No debe confundirse este dogma con la doctrina del nacimiento virginal de Jesús, que sostiene que Jesús fue concebido sin intervención de varón mientras que María permaneció virgen antes, durante y después del parto.

Al desarrollar la doctrina de la Inmaculada Concepción, la Iglesia católica contempla la posición especial de María por ser madre de Cristo, y sostiene que Dios preservó a María desde el momento de su concepción de toda mancha o efecto del pecado original, que había de transmitirse a todos los hombres por ser descendientes de Adán y Eva, en atención a que iba a ser la madre de Jesús, quien también es Dios. La doctrina reafirma con la expresión llena de gracia, gratia plena, contenida en el saludo del arcángel Gabriel y recogida en la oración del Ave María, este aspecto de ser libre de pecado por la gracia de Dios. Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios.

 Debido a la forma de redención que se aplicó a María en el momento de su concepción, ella no solo fue protegida del pecado original, sino también del pecado personal. María ha permanecido pura  a lo largo de toda su vida.

 La Iglesia sólo habla de la Inmaculada Concepción como algo que era apropiado, algo que hizo de María una morada apropiada es decir, una vivienda adecuada, para el Hijo de Dios, no algo que era necesario.

 

EVANGELIO

 

 (Lucas 1,26-38)

 

 En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

 El ángel, entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

 Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

 El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

 Y María dijo al ángel:¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?

 El ángel le contestó:El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.

 María contestó:Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra.

 Y la dejó el ángel.